Plaza del Pumarejo

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ANDRÉS TORREADRADO: Conferencia en la CASA GRANDE del PUMAREJO (Texto y fotografías de Silvia Villena)


ANDRÉS TORREADRADO, FOTÓGRAFO DE LA FORMA Y LA COMPOSICIÓN. 

Nos mostró y nos contó, en una charla muy amena, su evolución dentro del mundo de la fotografía que comenzó hace tiempo con el formato analógico y el gusto por el blanco y negro. Texturas, formas, composición muy rigurosa, encuadre y una cuidada iluminación que realza y contrasta los espacios. Escasa presencia de humanos en sus fotos. Nos habló de su crisis fotográfica resultado, según él, del desmedido abuso de la imagen en el mundo actual, la multiplicidad de capturas que inundan las redes,  el disparo fácil irreflexivo y por qué no también, debido a su labor profesional como fotógrafo en medios de comunicación. No rehuye de ningún tipo de formato y soporte pero se inclina por el revelado en papel y la fotografía analógica. Nos habló de la importancia de trabajar en proyectos y nos trasladó la idea de que hay que hacer la foto que a cada cual le gusta, incluso hacerla mentalmente antes de llevarla a la práctica. Una foto buena es aquella que le gusta al que la hace, una foto buena te dice cosas y no te deja impasible.









NOTICIAS DE LA TÍA PAQUITA (Belén Jiménez)

García Rodríguez, Francisca. Tía Paquita. Retrato de El “Titi”.
 Anticuario en el Jueves. 14 X 9 cm. Gelatinohaluro. Sevilla 1925.

 

22 abril de 2023

Es suya. La fotografía que tenéis ante vuestros ojos es de la Tía Paquita. Por fin una señal real de su existencia. 

Estaba en el libro “La Sevilla Recuperada” que el Diario de Sevilla vendió como coleccionable en el año 2000 y que Yáñez Polo compuso con fotografías de su colección: La fototeca Hispalense.

Habíamos leído que, como fotógrafa, Paquita era mediocre. Yáñez utiliza su figura, la de la única mujer de la que habla en su generación, para mentar a una casta de fotógrafos sin interés artístico ninguno, que se buscan la vida con “tres viejas cubetas, una desfasada cámara, cuatro telones cursis y dos lámparas de incandescencia”(1). Eso habíamos leído y nos habíamos quedado conformes. No era una buena fotógrafa, qué le vamos a hacer ... Sin embargo el retrato nos encantó a los tres. 

El Titi pudo ser el primer Titi, el que les diera nombre a los titis que siempre ha habido en el barrio o ser otro de los sucesivos titis que han visto estas calles. No puede tener una apariencia más abierta, más franca, más de aquí. Es un plano americano, dice Teresa, extraño en la fotografía de la época. Un retrato poderoso, que nos regala un día de contento en un mes de abril sediento y caluroso.

 

Anónimo. Retrato de José Verdete y su esposa
Anónimo. Retrato de José Verdete y su esposa
Gelatinohaluro. Sevilla 1926


En el mismo libro el retrato de José Verdete y su esposa. Son los vecinos de Tía Paquita. Pudo hacerlo ella. Hay tantas mujeres escondidas detrás de las obras anónimas... Entonces,  ese podría ser su estudio, ese el suelo hidráulico, tan frecuente en lo que se conserva del barrio, de su casa. La mirada directa y confianzuda de la mujer que podría tener delante a su vecina, su postura, su atuendo, ese bolso oscuro que le cuelga, todo en ella es un puro interrogante... él, más almibarado, la mira.  ¿Quienes eran José Verdete y su esposa? Yáñez debió saber que eran vecinos de Tia Paquita por Juan Ruiz Alcaina,(2) el mismo que nos dejó su descripción, estas pocas palabras que nos han traído hasta aquí.

 





Luna, Fernando. Anita González Serna, de Carnaval. 18 x 13 cm. Gelatinohaluro. Sevilla 1922
 Luna, Fernando. Anita González Serna, de Carnaval. 18 x 13 cm. Gelatinohaluro. Sevilla 1922

                                       

El último regalo del libro es esta preciosa fotografía de Fernando Luna. Podría haberse hecho en París o en Nueva York, de tan moderna. Esa modernidad que el golpe de estado interrrumpió. Yáñez dice en su libro que Luna era especialista en fotografía de carnaval, que tenía en su estudio disfraces y pelucas, que vendió varias colecciones de postales de imágenes de carnaval entre los años 1915-1935 y que era una retratista fino y elegante.

Luna es, siempre según Yáñez, vecino puerta con puerta de Tía Paquita, y como sueño con ponerle la cara, había pensado que quizá podríamos encontrarla en alguna fotografía suya, disfrazada quizá, de relleno en un grupo, quién sabe. 


               Sánchez del Pando. Venta de libros en el mercadillo de “El Jueves” de la calle Feria. 1936. Fototeca Municipal. 

Aquí, donde la calle Feria se estrecha pasado el Archivo de Protocolos, podríamos dibujar  un triangulo que tendría dos vértices muy juntos, los estudios de Paquita y de Fernando Luna. El otro, cruzaría la calle, hasta la casa de Manuel Medina. Ruiz Alcaina, que fue su alumno, como otros fotógrafos sevillanos, cuenta que allí la conoció en 1916. Paquita hace un año que ocupa su estudio.  

Me extrañaba desde el principio la llegada a Sevilla de Paquita. Viene viuda de un pueblo de la Sierra y se establece en el sitio que concentra el mayor número de fotógrafos de Sevilla, donde llegan de los pueblos en busca del retrato más barato que ya todos quieren tener. En el mejor sitio. Medina está a punto de cerrar su estudio o lo ha cerrado ya. El texto solo habla del “ambiente del pobre Medina”. Murió en 1930. Tenía 67 años si es verdad que nació en 1863. Yáñez habla de una clientela común que incluiría a las gentes del mundillo del flamenco, a los habitantes de las corralas del barrio y a las prostitutas de la Alameda. Medina era barato y si había que fiar, fiaba. Y Paquita fiaba también. Además eran los festeros y flamencos. Él tocaba la guitarra con talento y las fiestas en su casa eran famosas. 

Ni inventándolo sueña uno con encontrar una pareja ésta. Dos fotógrafos flamencos en el corazón de la Macarena desde 1915 a 1936. 

Como un padre y una hija los imaginé al principio. Seguro que Paquita cruzaba muchas veces la calle al día hasta el número 10. Por eso se había acostumbrado a dejar la puerta abierta. Ella habría venido a Sevilla justo a eso, a heredar la clientela de Medina, a cuidarlo quizá. Medina le enseñó y ella se integró con alegría en sus fiestas. 

Pero las fechas no cuadran. Medina había nacido en 1863 dice Yáñez. Tenía 53 años en el relato de Alcaina. No era tan mayor. Y Paquita tampoco debía ser tan joven. El apelativo “Tía” familiar y cariñoso, no se aplica a las mujeres jóvenes. Ahora pienso que Paquita no era cincuentona como había imaginado, sino sesentona en el momento de su desaparición en 1936. Y la relación filial se apaga en mi imaginación como una vela. Mas bien amor, me digo. Aunque me asalta la duda de un error en las fechas. ¿Por qué iba a querer Medina cerrar su estudio a los cincuenta años? Estaba para fiestas luego tan enfermo no estaría. 

De Medina dice Yáñez que dejó una maravillosa galería de retratos de un valor sociológico incalculable. ¿Dónde están? Que hizo también “algunos chistes fotográficos, composiciones jocosas, salerosas y bien ejecutadas”. ¿Dónde están?

Habría que hacer un SE BUSCA sobre Manuel Medina, me digo y me percato de lo difícil que se presenta la tarea. Esta fotografía suya que me gusta muchísimo es lo único que he encontrado.  

“Una fotografía con historia, tomada a principios del siglo XX nos muestra el personal de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla. En la planta alta y asomadas al balcón vemos a las Cigarreras, en la planta baja y a la derecha de la fuente diseñada por Cayetano da Costa vemos a los operarios de la fábrica mientras que a la izquierda de la fuente aparece el personal directivo. Es una verdadera pena que no tenga mayor calidad”. 

Fotografia: Manuel Medina.

Fuente: Personal U.S.

 

 Dejo a Manuel Medina y vuelvo a mirar la calle Feria, tan igual, tan como siempre. Casi puedo verla. A Paquita cruzando ligera la calle.


Es una mañana de primavera. Una primavera fresca como las de entonces. ¿Abril? 1936. Ahí están, distraídos, ojeando los libros, ajenos al horror que llegaría a los pocos meses. En el aire el olor a aceite frito de los calentitos que venden en el puesto de la esquina. Es jueves. Paquita se echa a la calle y se deja abierta la puerta de su estudio y cuando Alcaina le advierte responde: “¿Qué me van a robar, si ahí no hay más que cuatro porquerías?” 

Notas:

1. En cursiva recojo palabras textuales del libro de Miguel Angel Yáñez Polo "HISTORIA GENERAL DE LA FOTOGRAFÍA EN SEVILLA.

2. Juan Ruiz Alcaina es el dueño de la memoria que tenemos de Francisca García Rodriguez, Tía Paquita, la protagonista de nuestra búsqueda. Lo poco que sabemos de ella, lo sabemos por él. Yáñez Polo cita textualmente sus palabras cuando habla de ella en su libro. Buscamos la grabación de la conversación que sobre Tía Paquita realizó el día 8 de agosto de 1978.  

A LA MANERA DE: CHEMA MADOZ. Textos y fotos de Esther Cillero







Una fotografía de Chema Madoz entra en el cuerpo como una bala, como una flecha, como un chispazo que no se entretiene sino que se aloja pronto en la oscuridad sensible, en un interior hermético que se abre solo al roce de la emoción. 



Una fotografía de Chema Madoz es, como la línea recta, el camino más corto entre dos puntos.
Una fotografía de Chema Madoz es un puente entre dos abismos.

 


Dice John Berger en ¿Por qué miramos a los animales? de su libro MIRAR,  que “el hombre siempre mira desde la ignorancia y el miedo”

 


También dice que “los animales ofrecen al hombre un tipo de compañía diferente a la que pueda aportar el intercambio humano. Diferente porque es compañía ofrecida a la soledad del hombre en cuanto especie”

 


Las fotografías de Chema Madoz acompañan cuando nos permiten, desde la observación atenta, desde el juego, elegir objetos y darles nueva vida.

 


Las fotografías de Chema Madoz acompañan cuando permiten a los objetos comunicar otros significados distintos a los convencionales, cuando nos invitan a juntarlos, descontextualizarlos, intervenirlos.

 


Las fotografías de Madoz acompañan, cuando nos incitan a ser  osadas en ver y,  tal vez “escuchar”, de otra manera.



La mirada de Chema Madoz, es abierta y si es cierto lo que dice Berger sobre la ignorancia y el miedo, Madoz hace de ello virtud cuando extrae una cajonera de un muro de ladrillos al aplicar tiradores de ferretería o desdobla una escalera simple colocada sobre un espejo o cuando, a través de una copa de vino tinto, aparece un pubis angelical sobre un vestido blanco. Sabia ignorancia. Miedo atrevido.


Si el misterio asusta, Madoz ha emprendido un camino hacia él, irreversible y elocuente.

 


¿Metamorfosis, metáfora, paradoja onírica?



Cuando Madoz fotografía la horma de madera de un zapato con raíces, nos muestra el origen y nos remite al árbol de procedencia o cuando de unas gotas de lluvia nace un puzzle que está por completar ¿no es eso una invitación a asomarnos, con suficiente fe, al vacío poético donde todo está a punto de suceder? 


Desde que conocí la maestría de Chema Madoz, me sentí sacudida e inclinada a despojarme, más aún
de lenguajes convencionales que con su rigidez y hermetismo erosionan la libertad de expresión en todas vertientes. Me refiero tanto al fondo como a la belleza formal de sus fotografías.



Si a esto unimos que este fotógrafo vivió en Madrid, en un extrarradio contiguo al mío, que es tres años menor, que tuvo que combinar su pasión artística con su vida laboral en un banco, muy parecida a la mía en un ministerio, es un orgullo expresar la suerte de haberle conocido y sobre todo, poder disfrutarle en la belleza y en la etérea intensidad de sus fotografías.
Gracias a Chema Madoz y a gentes como él, me siento menos sola, siento menos miedo al mirar hacia el vacío de la creación.

Esther Cillero

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