Plaza del Pumarejo

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SE BUSCA: A Francisca García Rodríguez. FOTÓGRAFA (Belén Jiménez)

 3-11-2022

El libro tiraba de mí y aunque tenía que leer otra cosa no pude dejarlo. 
Busqué en el indice. De 1844 a 1939 hay diecisiete mujeres fotógrafas en Sevilla. La primera en 1855. Entrado el siglo XX hay tres fotógrafas en la capital, una en Cazalla de la Sierra y otra en Marchena. En eso estaba cuando di con una fotógrafa que había trabajado durante más de veinte años en la calle Feria, en el número 23. La llamaban Tía Paquita. Era Francisca García Rodriguez. Solo aparece su nombre en esa página, en la 189. No hay nada más sobre ella en el libro. 

Más de veinte años. Desde 1915 hasta 1936. Ahí desaparece su huella. La imagino, a la Tía Paquita, roja y cincuentona, hija de un fotógrafo quizá o sobrina. 

Supongo que siendo la calle Feria un lugar comercial y de mucho tránsito donde el mercado del Jueves animaba el barrio una vez por semana, la tía Paquita debió hacer muchos retratos. 

 Entre los años 1915-1936. Desaparece justo en el comienzo de la guerra. Puede que huyera. Puede que su rastro se encuentre en Cazalla o Aracena, en la sierra, en una casa pequeña y que sea su hija la que guarde, en tres latas de carne de membrillo ya oxidadas, cientos de fotos de montañas, árboles y riachuelos, fotografías de la casa, los hijos y los nietos. O quizá siguió retratando, quién sabe, y aparece su rastro en otro lado. 

He buscado en internet, claro, y no hay nada. Queda la posibilidad de intentar ponerme en contacto con Antonio Jesús González Pérez, el autor del libro. Me encantaría hacerlo porque me parece apasionante y me siento agradecida.

Abajo tres imágenes fechadas de la calle Feria y el mercado. Las fotografías se alejan en dirección a la Resolana (hubo en tiempos una fábrica de pianos, me he informado) y se acercan al tiempo de Paquita que debió poner tienda en 1915.

LUCIEN LEVY 1890. Calle Feria. Mercado del Jueves


1907. Calle Feria y mercado del Jueves



1910. Calle Feria desde La Resolana (a la izquierda pianos Piazza)

En 1910, fecha de la última fotografía, todavía no se había construido el colegio. Debe ser un día de Semana Santa. Hay mucha gente. Las ropas oscuras, las faltas largas.

Sueño con poner a la Tía Paquita en el mundo de nuevo. Ponerle cara. Buscar sus retratos, ver cómo los firmaba, si es que los firmaba porque he visto en estos días muchos retratos sin firmar.  

Si era una fotógrafa humilde sin muchas pretensiones, que hacía retratos a los que venían del pueblo con cuatro cosas que vender los días de mercado, a los más pobres, si era la más barata o le fiaba los retratos a los vecinos del barrio cuando había nacido el primer nieto o el hijo se casaba. Si llegaban a su casa los del campo, en la tartana, con el traje de novia en una maleta de cartón y tan arrugado que había que calentar la plancha y tratar de ponerlo en condiciones, consciente ella, la tía Paquita que ayudaba, de que iba hacer el retrato más importante de la vida de ellos, tal vez el primer retrato. Ponía preciosas a las novias que venían a veces ya preñadas, meses después de la boda y a ellos les corregía la postura. A veces mandaba al mercado a su hijo a por flores frescas porque venían sin ramo, para que todas tuvieran una flor entre sus manos. De todas formas a Paquita le encantan las flores frescas y Antonio, el del puesto del mercado se las deja a buen precio y sabe que deben ser siempre blancas que las amarillas salen en la foto de un color gris que no encaja. 

Entonces disparaba, una sola vez, que para ser barata había que ser certera. 

14-11-2022

Así imagino mientras no puedo buscar información.

Escribo “frente al mercado” y recuerdo que hace unos años había un estudio de fotografía ahí justo, donde estaba imaginando o un poco más arriba. Recuerdo muy bien su escaparate. Pudo ser el suyo y que ella lo hubiera traspasado. Puedo preguntar en el mercado. Quizá sepa alguien, quizá encuentre alguna referencia. 

¡Viaje hasta el futuro en busca del pasado! 

Puede que hubiera que visitar la casa de un vecino de La Algaba que guardara una foto de sus padres hecha por ella. 

Lo sabe porque su padre le contó. Tuvo que pagarlo en tres plazos porque aquel año las lluvias se habían retrasado y ni el grano ni las huertas habían tenido buenas cosechas. La madre había perdido la esperanza de tener una foto de su boda. Ya se había conformado, cuando él se presentó en la casa y le dijo que preparara el vestido, que no importaba que oliera a naftalina que lo planchara y lo tuviera dispuesto de madrugada que a las cinco salía el vecino en el carro rumbo a Sevilla con la fruta y había pedido el día libre. Dejaron en casa de doña Paquita el vestido y pasearon horas y horas por la ciudad. El tiempo les pareció larguísimo y no salían de su asombro con todo lo que vieron aquél día. Así contaba mientras sostenía la fotografía de la boda de sus padres en las manos. Esta fotografía que está debajo. Esas manos. 

 


16-11-2022

 No me oriento bien en el tiempo. No sé como habrían de vestirse para su boda en los años 20/30 las jóvenes humildes que vivían en los pueblos. Esta falda tan corta... Parece que entre los más pobres la vestimenta para el casamiento era, con mucha frecuencia, negra y les duraba para toda la vida. La usaban solo para ocasiones importantes, llegando incluso a ser sepultados con ella. Hasta el matrimonio de la reina Victoria en 1840 los trajes de novia no eran blancos. 

 


Tampoco el 23 de la calle Feria está enfrente del mercado. Está a la altura de Montesión, lindando con el Archivo de Protocolos. Un poco más arriba o más abajo, porque supongo que la numeración puede haber cambiado.

Al menos tengo una buena noticia. No la mataron. No la encontré en la web TODOS LOS NOMBRES.

En la cárcel. Puede que su hija y ella acabaran en la cárcel. 

 Fueron a por ellos a la casa. Oyeron llamar a la puerta de madrugada. Los hombres habían huido, no pensaban que iban también a atacar a las mujeres y había que cuidar la cámara y las herramientas, por eso ellas se quedaron. Mejor a buen recaudo, pensaron. Pero no, no fue así. Allí no estaban seguras. Las prendieron y las montaron en un camión. Hacía seis días que había empezado la guerra y el barrio callaba de noche y de día. Una niebla había venido a asentarse sobre las calles aunque no era tiempo. O era humo. Quién sabe. El barrio entero se escondía. 

Julio de 1936. Plaza de Churruca

 

Fondo Serrano. 31 de Julio de 1936. Plaza de San Marcos (Sevilla)

Sevilla 1936. Foto coloreada por Eugenio R

Varios camiones a las puertas de la Audiencia cargan detenidos para trasladarlos a la Prisión Provincial o a lugares de fusilamiento. / Fotos: Fototeca Municipal de Sevilla-Archivo Serrano


16-11-2022  
 
 Tengo tres fotografías en las manos. Las hemos ampliado bien y se pueden ver con bastante claridad. Las sacamos de la carpeta y se las mostramos a Juana la de la calle Relator. A su madre le gustaba contar su juventud y se repetía con frecuencia, según parece. Tenía fotos en todo su alrededor, en las mesas, las consolas, la estantería y conforme contaba señalaba a las unas y a las otras. Me contó muchas veces la historia de la tía Paquita, señalando una fotografía que se hicieron las dos parejas amigas un Domingo de Ramos en su estudio de la calle Feria. La hizo Vicente. Estaba en el laboratorio y lo llamaron. Él fue quien disparó pero Paquita lo había dispuesto todo. Las dos mujeres se habían cosido el traje que estrenaban.
Nos volvemos a lamentar por la fotografía perdida. Y Juana se ofrece a buscar en un desván en la casa del pueblo. ¿Quién sabe? 
Menos mal que ella no lo vio. Mi madre. Se lo contó Vicente. Vicente estaba allí y quiso hacerle fotos. Le estrellaron la cámara en la cara y le partieron la nariz. Una cámara pequeña que tenía la UGT. Él se quedó con lo de la tía Paquita, con todo lo suyo, pero era un buen hombre y cuando pudo lo pagó. Eso me contó mi madre. Es con su familia con quien tenéis que hablar.
La pilló cuando las llevaban por San Jacinto. Se agachó para que no le vieran y sacó fotos desde un hueco que quedaba detrás de un banco de piedra y hierro, muchas fotos, de las seis mujeres medio desnudas, sucias, llorosas que bajaban la cara para no ver a sus vecinas, a sus hermanas, a sus hijos. Los de la Antonia, que también era del barrio, la habían seguido desde la puerta de la cárcel donde habían ido a preguntar por ella. Una mujer lo denunció, a Vicente. En un segundo se vio arrastrado por el suelo. Su cámara se perdió y las fotos. Alguien la robo en el barullo y él se salvó porque le había apadrinado un cura en su pueblo y en el convento vivió mientras duró la guerra. Dos meses en la cárcel de le había costado su osadía. Poco. Tantos murieron.

 

22-11-2022

          Dónde habrían llevado a Paquita si la hubieran detenido y a Vicente, me pregunto.

Y como la historia no me deja, le escribo un correo a Antonio Jesús González Pérez el autor del libro que me trajo hasta aquí, dándole las gracias y preguntando. Su respuesta fue pronta: No tiene más información sobre Tía Paquita que la que aparece en el libro “HISTORIA GENERAL DE LA FOTOGRAFÍA EN SEVILLA” de Miguel Ángel Yáñez Polo.
Escena improbable la de reconocer a la tía Paquita en una foto de mujeres rapadas, porque hay muy pocas fotos de algo que sin embargo pasó de forma muy generalizada. Hay más de 400 casos documentados en Sevilla y provincia.



Pueblo por pueblo, allá donde llegaban. Fue una idea contagiosa. Se buscaba a los hombres, se los apresaba si no se habían tirado al campo o se habían escondido en boquetes o entre dos paredes a oscuras. Luego se iba en busca de las mujeres y se les aplicaba esta ceremonia de humillación. Las rapaban bruscamente, haciéndoles frecuentemente heridas. Si eran tres en el pueblo las señaladas, delante la mujer del enemigo que huyó y en ella se venga el hijo del señorito que es de la falange. ¿Quién sabe? Tres porque el pueblo es pequeño. Si eran ocho, ocho. A ritmo de tambores, o de una corneta, lo que hubiera, las sacaban a la calle. Desde la cárcel hasta la plaza del pueblo. Les habían dado aceite de ricino en una cantidad tal que defecaban en medio del gentío. Imagino el primer silencio, el horror primero. Luego un insulto se alza por atrás. ¡Os estáis cagando guarras! Algo se le estrella en el pecho a la que va delante, la más joven, la más valiente. Una piedra. La primera piedra. La calle estrecha que recorren se llena de mujeres y de niños asustados. Grítale roja, guarra, puta, que vea yo que no eres como ella. Que aquí nos conocemos todos. Participa conmigo de esta ignominia. El cura está viendo desde el balcón del Ayuntamiento la llegada de la procesión que, rodeada de una muchedumbre vociferante, desemboca en la plaza, pero no se muestra compasivo.


 30-12-2022

           Tengo por primera vez el libro entre las manos. Busco ansiosa en el índice.   


Al habla Juan Ruiz Alcaina que había sido aprendiz en casa de Medina, un fotógrafo flamenco y sandunguero que tenía su estudio en el número 20, justo enfrente de Tía Paquita. He encontrado algunas fotografías de él. Ruiz Alcaina dueño de una memoria formidable, proporciona a Yáñez Polo información no sólo sobre Tía Paquita sino sobre todos los que fueron los fotógrafos de su época en la Sevilla de las primeras décadas del siglo veinte. 

No habrá en su historia un hijo que se llegara a por flores al mercado ni una hija que sufriera con ella en la cárcel. Era la viuda de un fotógrafo de un pueblo de la Sierra y no lo hubo más flamenca, más alegre y más risueña.


 

     (Continuará) 

 



 


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