Una fotografía de Chema Madoz entra en el cuerpo como una bala, como una flecha, como un chispazo que no se entretiene sino que se aloja pronto en la oscuridad sensible, en un interior hermético que se abre solo al roce de la emoción.
Una fotografía de Chema Madoz es, como la línea recta, el camino más corto entre dos puntos.
Una fotografía de Chema Madoz es un puente entre dos abismos.
Dice John Berger en ¿Por qué miramos a los animales? de su libro MIRAR, que “el hombre siempre mira desde la ignorancia y el miedo”
También dice que “los animales ofrecen al hombre un tipo de compañía diferente a la que pueda aportar el intercambio humano. Diferente porque es compañía ofrecida a la soledad del hombre en cuanto especie”
Las fotografías de Chema Madoz acompañan cuando nos permiten, desde la observación atenta, desde el juego, elegir objetos y darles nueva vida.
Las fotografías de Chema Madoz acompañan cuando permiten a los objetos comunicar otros significados distintos a los convencionales, cuando nos invitan a juntarlos, descontextualizarlos, intervenirlos.
Las fotografías de Madoz acompañan, cuando nos incitan a ser osadas en ver y, tal vez “escuchar”, de otra manera.
La mirada de Chema Madoz, es abierta y si es cierto lo que dice Berger sobre la ignorancia y el miedo, Madoz hace de ello virtud cuando extrae una cajonera de un muro de ladrillos al aplicar tiradores de ferretería o desdobla una escalera simple colocada sobre un espejo o cuando, a través de una copa de vino tinto, aparece un pubis angelical sobre un vestido blanco. Sabia ignorancia. Miedo atrevido.
Si el misterio asusta, Madoz ha emprendido un camino hacia él, irreversible y elocuente.
¿Metamorfosis, metáfora, paradoja onírica?
Cuando Madoz fotografía la horma de madera de un zapato con raíces, nos muestra el origen y nos remite al árbol de procedencia o cuando de unas gotas de lluvia nace un puzzle que está por completar ¿no es eso una invitación a asomarnos, con suficiente fe, al vacío poético donde todo está a punto de suceder?
Desde que conocí la maestría de Chema Madoz, me sentí sacudida e inclinada a despojarme, más aúnde lenguajes convencionales que con su rigidez y hermetismo erosionan la libertad de expresión en todas vertientes. Me refiero tanto al fondo como a la belleza formal de sus fotografías.
Si a esto unimos que este fotógrafo vivió en Madrid, en un extrarradio contiguo al mío, que es tres años menor, que tuvo que combinar su pasión artística con su vida laboral en un banco, muy parecida a la mía en un ministerio, es un orgullo expresar la suerte de haberle conocido y sobre todo, poder disfrutarle en la belleza y en la etérea intensidad de sus fotografías.Gracias a Chema Madoz y a gentes como él, me siento menos sola, siento menos miedo al mirar hacia el vacío de la creación.Esther Cillero
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